Posiblemente la noche sea el mayor consuelo del silencio, pues en ella las palabras se buscan con mayor cordura y benevolencia. No intentan agredirse unas a otras, ni se esconden para eludir responsabilidades. En la noche, las palabras saben que de nada se salvan, pues todo queda atrapado en una telaraña de verdades acorraladas cuando la mente descansa. Y en esa poética del silencio que desvela la nocturnidad, aparecen los sonidos que se entrelazan para dar voz a los sentimientos mas profundos. Ese espíritu que da un sentido total al devenir de nuestros pasos y que solo se comprende cuando nada se busca más que la misma nada; el deshacerse de toda materia útil, generosa en inutilidades. Es en ese proceso de búsqueda donde nos perdemos para encontrarnos a través de la música, en ese intento de hallar la esencia de las cosas más simples y producir belleza, porque si, pues es ahí, donde nuestro trayecto cobra un sentido total. Porque afinar es buscar lo fino y comparar dos frecuencias para entender, tolerar y finalmente ser mejores en toda nuestra inmensidad.
Porque la música está en cada acción del ser humano, en la prosodia de las palabras, en el ritmo de nuestros discursos, en las cadencias de nuestros pasos, en la agógica de nuestro fluir cognitivo, en la afinación de nuestras emociones, en los silencios de nuestro pensamiento, en el concierto de nuestras relaciones, en las articulaciones de nuestra comunicación, y en la misma esencia vital de nuestra existencia: la respiración, no deberíamos concebir una educación sin música.
El hombre que no tiene música en sí mismo y no se mueve por la concordia de dulces sonidos, está inclinado a traiciones, estratagemas y robos; las emociones de su espíritu son oscuras como la noche, y sus afectos, tan sombríos como el Erebo; no hay que fiarse de tal hombre. Shakespeare (El Mercader de Venecia -en palabras de Lorenzo-)