Opinión escueta sobre el concierto del sábado 14 de enero en el Auditorio Alfredo Kraus. Programa: Gurre-Lieder de Arnold Schönberg. Intérpretes: Orquesta Sinfónica de Tenerife, Orquesta Filarmónica de Gran Canaria, Coro Filarmónico Eslovaco y Coro de la Ópera de Tenerife. Josep Pons, Director. Nikolai Schukoff, Waldemor; Irene Theorin, Tove; Charlotte Hellekant, Waldtaube; Andrew Foster-Williams, Bauer y Narrador; Gustavo Peña, Klaus.
Con estas palabras, casi como una arenga poética, engullía el coro eslovaco al público asistente el pasado sábado en el Auditorio Alfredo Kraus para disfrutar de la representación de los Gurrelieder de Arnold Schönberg. Un acontecimiento al que algún medio solo dedicó, ante la evidencia, un escaso y positivo párrafo aludiendo a unas palabras de “alguien” (que no define) sobre la importancia del mismo y aclarando que “no defraudó”. Por el contrario, el mismo medio dedicó una página entera a un artículo del reconocido crítico musical, Arturo Reverter, sobre una ópera que se celebró fuera de nuestras tierras archipielágicas. ¿Qué debo pensar como ciudadano y profesional de la música: casualidad, incompetencia o despropósito? A mí me parece más lo tercero.
Cabría esperar de una crítica favorable, comenzar por enumerar los logros, que fueron cuantiosos y de enorme calidad, por lo complejo de la hazaña y por la dificultad de un lenguaje que nadaba entre las aguas del post-romanticismo y la contemporaneidad rupturista que se revolvía constante en la mente del creador. Todos colaboraron, pero hubo un artífice mayor que engrasó debidamente y en tiempo toda la maquinaria, y ese fue el maestro Pons.
Sin embargo, como muestra de objetividad en la propia defensa del éxito percibido, argumentaré también las sutiles sombras que cualquier estrella de este sistema planetario va dejando a su paso.
Como profesional, puedo hacer una crítica sobre la indefinición en ciertos pasajes en alguna sección, producto de un tiempo muy limitado (solo cuatro ensayos) para poder ensamblar y decidir las relaciones pancromáticas entre tantos nuevos colegas intérpretes en tan poco tiempo de ensayo con una obra tan densa.
Se podría hablar de la evidente desproporción existente entre algún solista y la masa orquestal. Podríamos cuestionar el acierto sobre esta elección, pues habría que matizar que esta cuestión no es necesariamente un problema de la orquesta ni de su director, pues la obra del maestro austriaco está escrita para esta densidad sonora: 40 violines, 4 piccolos, 2 contrafagotes, etc., y poco más podría haber hecho el gran maestro, Josep Pons, que enviar a parte de la plantilla a casa, contradiciendo los criterios del autor de la obra.
Incluso podríamos hablar de una exigua precisión en la articulación de los pasajes en instrumentos que se utilizan muy esporádicamente en el repertorio sinfónico de ambas formaciones y que necesita, como cualquier instrumento, una práctica más o menos periódica para poder garantizar la calidad en su ejecución.
Pero por encima de todo esto, sería una necedad no alabar la iniciativa de programar una obra a la que la acústica de este auditorio y su público supieron acoger con los brazos abiertos. Independientemente de estos pequeños detalles, que seguramente perciban solo los profesionales, y que podrían haberse mejorado si el gerente saliente de una de las orquestas implicadas hubiese facilitado la labor para garantizar el buen curso de tan magna empresa, resultó un hito histórico y un gran acierto la congregación, por primera vez, de las dos orquestas profesionales de nuestra comunidad canaria. Un ejemplo de hermandad y de buen hacer en torno a una de las mejores obras sinfónico-corales escritas en todos los tiempos.
A ver si como canta el coro final de la obra, comenzamos a ver la luz entre tanta humareda. “Here comes the sun/ here comes the sun/ and I say/ it’s all right” (George Harrison)