Solo pueden contigo, si te acabas rindiendo
Si disparan por fuera y te matan por dentro
Llegaras cuando vayas, más allá del intento
Llegaremos a tiempo, llegaremos a tiempo
¡Cuánta cuerda se puede dar al mecanismo del tiempo para que cuando parece que el reloj empieza a desfallecer, se reavive el segundero y camine nuevamente buscando la siguiente muesca! ¡Cuánta mezcla de sólo una cosa! ¡Cuánto da de sí un concierto!
Recuerdo mucho a mi padre, aquel hombre sencillo que se levantaba antes de que el sol rasgara el cielo con su borde naranja, y que venía a mi cama, antes de partir a trabajar. Su gesto era el más sencillo del mundo. Sólo cogía el filo de la manta con su mano, tiraba levemente hacia arriba y me lo depositaba sobre mi oreja, tapándola. Yo lo sentía casi siempre hacerlo, pero permanecía con los ojos cerrados y con el alma abierta. A partir de ese instante ya podía aparecer la mañana, porque tenía impregnada en mí la seguridad de ese asocamiento tan simple, cariñoso, entregado… me infundía tranquilidad y, al mismo tiempo, confianza. Y es que este “soquito”, y todas esas manifestaciones de acogimiento así, han sido algo muy nuestro. Lo llamarán de diferentes formas en otros lugares, pero aquí, en nuestras islas y con nuestra forma de entender las cosas, a ese calorcito que ayuda a establecerse, se le llama “soco”. Sigue leyendo