‘Es el gozar, no el poseer, lo que nos hace felices’ escribía el humanista francés Michel de Montaigne. Sin embargo, algunos se empeñan en hacer de este festival una propiedad que mostrar en sus particulares escaparates, que no solo les inocula el veneno de la vanidad, sino que castra la cultura colectiva, pues efectivamente el poseer mata todo lo que alcanza.
Lamento si alguno de los aludidos se siente ofendido por esto que intento plasmar de la manera más transparente, pero alguien que se retuerce por esta nueva dirección del FIMC, si con el mismo capital o inferior al de otras ediciones, atiende a más estilos; amplía el abanico para sumar públicos que se habían sentido excluidos; potencia una actitud pedagógica y amablemente instructiva; promociona a los creadores e intérpretes locales, nacidos o formados en Canarias, como nunca se habían promocionado; atiende a proyectos de intervención social, como Barrios Orquestados, para que sus usuarios, alumnos y familiares, puedan asistir gratuitamente a sus conciertos; se aproxima a los centros formativos musicales de la comunidad; procura llegar a lugares donde este festival nunca había llegado; logra una mayor cantidad de asistentes que en pasados festivales, a pesar de que algunos intenten reducir este éxito con el argumento de que solo se debe a un mayor número de conciertos, etc. Si alguien critica esta nueva línea, critica todo lo anterior y, por lo tanto, para mí, tiene el virus de la insolidaridad y viste una egolatría que no puedo compartir ni estimar.
Que alguno de estos individuos pretenda hacer sorna del actual director del festival aludiendo a su profesión como músico y a su especialidad instrumental principal (clarinetista), no sólo demuestra las malas artes con las que mueve su deleznable pluma, sino que provoca sobre él mismo y sus acólitos el mayor de los ridículos. Habría que explicarles que el clarinete fue el instrumento que Mozart utilizó para sus momentos más espirituales o dialécticas metafísicas; o deberíamos recordarles que es el único instrumento de viento que Beethoven eligió para doblar a las cuerdas en la exposición del archiconocido motivo de cuatro notas de su quinta sinfonía. Igual así, yéndonos al pasado, que es lo que ellos únicamente representan, consiguen comprender y respetar.
Pero voy a cantar para espantar todos estos males, como dice el dicho. Así que ¡esperanza señores, esperanza! Leí esperanzado hace dos jueves unas palabras del director Arturo Tamayo, que no fueron censuradas en un periódico local (“Espero que sigan así en el futuro”), que hacían referencia a la nueva dirección del festival en relación a la especial atención que ha mostrado por la música de nuestro tiempo y otras cuestiones del mismo.
Prestemos atención a lo verdaderamente importante, no caigamos en la provocación de quienes mimetizan insistentemente formas culturales externas en un proceso ectotérmico, como los reptiles, para subsistir ante la incapacidad de sentirse orgullosos de su propia cuna. Como cantaba nuestro amado Lennon: “Love is reaching, reaching love”.