En sistemas educativos donde la creatividad adquiere un papel preponderante en sus currículos para favorecer el pensamiento divergente o lateral, llama especialmente la atención que en la práctica resulte complicado su desarrollo.
Hay muchas causas que nos llevan a esta desconexión entre la tesis y la praxis. Una de ellas podría ser, a modo de ejemplo, el uso sistemático de libros de texto. Estos tienden a limitar la acción creadora y a orientar de manera lineal, cuando no a definir, cómo debe el docente realizar las diferentes actividades con sus alumnos, cuestión ésta que merma toda capacidad creativa en el profesor y consecuentemente en sus discípulos. Pero también deberíamos aludir a los contenidos impuestos y el tiempo fijado para poder adquirirlos, una situación que somete a un estrés cotidiano al docente, pues le obliga a cumplir en unos plazos inamovibles unos objetivos curriculares muy concretos, lo que, a la larga, termina perjudicando el proceso de aprendizaje. Todo esto nos debe hacer reflexionar sobre nuestro modo de enseñar y someterlo a la autocrítica, pues supone el mejor filtro para re-conducir, si así se considera, el aprendizaje a través de la creatividad.
Suele afirmarse que, por el simple hecho de estar haciendo o escuchando música, ya estamos realizando una actividad creativa; sin embargo, muchas de las actividades que realizamos a través de la música se convierten en puros ejercicios sonoros con el fin de adquirir una cierta habilidad instrumental o en escuchas pasivas, que en nada favorecen el desarrollo creativo.
La asignatura de la Música puede ser una herramienta ideal para ese trabajo creativo, pues incluso desde el mayor desconocimiento académico musical se pueden abordar múltiples actividades que ayudarán a la liberación y a levantar la censura sobre el discente. Si además la búsqueda sonora está acompañada del lenguaje visual y el lenguaje verbal en una misma actividad, las posibilidades para el desarrollo del pensamiento divergente son infinitas.