Aquí
hay que hacer cosas que nadie entienda
Porque aquí suceden muchas cosas
que nosotros no entendemos,
cosas que hacen otros,
que planifican otros,
que dirigen otros
para que ejecutemos y soportemos
nosotros.
Aquí
hay que hacer cosas que sean cercanas,
comprensibles, transparentes
y que por su simplicidad
desconcierten.
Aquí
hay que hacer cosas que nadie entienda;
vernos, estar juntos,
simplemente,
quedar para hablar,
simplemente,
para reír juntos,
plantar árboles,
limpiar nuestras calles,
contarnos las ultimas vivencias
hablar de historia,
de bosques y de barrancos,
de arte y filosofía,
de poetas y escritores,
de estética y abstracción,
de mecánica cuántica,
de física del caos o de la teoría de la supercuerdas
y de infancias añoradas
de agua y barro
en los escampados charcos del invierno
de sal y sol
en vacaciones del verano
con amistades de colegios
con juegos desfasados, olvidados,
con los abuelos y sus historias
de vidas inventadas
de los nacimientos de los hermanos
de curanderas y parteras
de iglesias de curas y viejas devotas
de monaguillos con incienso
de las campanas mensajeras
que llaman a encontrarnos de nuevo
bajo los discursos de sabios oradores
y reencontrarnos con lo que ya existe de siempre
con la sapiencia esencial,
lo inmutable en el hombre
esa que conocíamos hasta ayer
y perdimos hoy mismo
esa que habla de miedos y superaciones
de ridículo y coherencia
Y, después,
atrevernos a pintarnos la cara
coger banderas
blancas y rojas,
amarillas, azules y verdes
sin logotipos corporativos
ni grafismos comprensibles
(aquí no demandamos patrocinio)
y salir a la calle
y gritar
y entonar versos
y contar esperanzas
y sentir libertades comunes
y cantar sentimientos, también comunes
en esos estados idílicos, casi de embriaguez
Y tocar cacharros hechos con chapas y maderas
para crear música desentonada, pero viva.
Y regar las plantas del jardín del vecino.
Aquí
hay que hacer cosas
que nadie entienda
Y hacerlo juntos
tú
nosotros,
los amigos,
los vecinos cercanos
los turistas sorprendidos
Todos los desencantados y los autoaislados.
Tal vez se apunten ellos también.
Los intelectuales y los analistas
y los estructuralistas
y los fríos matemáticos racionalistas
y los serios catedráticos,
los asesores políticos
esos que marcan distancias
entre mente, corazón y presupuestos
entre ternura y rigidez
entre norma y alegría espontánea.
Aquí
tenemos que pintarnos las caras
y ser otros,
o nosotros mismos
porque estoy harto de soportar cosas
que hacen otros
y que me obliguen otros.
Normas, decretos, leyes
fechas, impuestos invariables
injusticias atemporales
y justicias trasnochadas.
Y bancos
y los créditos hipotecarios
y desahucios
y cartones y plásticos en los zaguanes.
Sumisos muchos años
seguimos aceptando mayorías
en democracias castradas
dictadas por mentes frías y temerosas
desde despachos sombríos
con intereses parciales,
muy parciales.
Nunca he entendido por qué perdimos
la espontaneidad
la cercanía, la frescura, la ternura, la sonrisa,
la generosidad,
las locuras permitidas
en entrañables personajes del barrio,
del pueblo, de la isla.
Esas ingeniosas locuras
que no dañaban a nadie,
ni a nada
Ellos,
por eso
siguen siendo queridos y populares
recordados
más que cualquier ilustrado personaje
más que el político impuesto
Ellos que nos enseñaron desde su inocencia
Ellos que nos hacían reír desde su espontaneidad.
Por eso,
por esto,
por nosotros,
por ellos
hoy.
Aquí
hay que hacer cosas que nadie entienda
con sonrisa radiante
y las miradas limpias
en abrazos tiernos
hay que trasladar las incongruencias de los niños
a los seres tristes y a los hombres sabios
a las sombras vigilantes
que se mueven entre nosotros
y pintarlas de colores,
de infinito arco iris
agasajarlas
reírnos y reír
y arrancarles expresiones vitales
a esos seres de cartón
y hacer cosas que nadie entienda
Plenos,
exhaustos, alegres, ilusionados, en paz.
Hay que ir,
propongo
en busca de la alegría
para nuestros corazones cansados,
que ahora, pintados de fiesta,
vuelven a ser saltarines
tras alcanzar la libertad
con una inmensa suelta de palomas
y llegar a tocar casi con la mano
ese sentimiento real de lo humano
la ternura
y seguir
en la predisposición permanente de escuchar
con este, con otro, con ese
corazón transformado
desde el conocimiento más frío
en radiante bondad.
Aquí
hoy
en urgencia
os demando
a hacer cosas que nadie entienda.
- Miguel Rodríguez Pérez