Presentación (José Brito López)
El pequeño Taller de desarrollo de la creatividad forma parte de una asignatura tan poética como la que lleva por título “Sensibilidad Musical”, porque educar en la sensibilidad ya augura algo colosal, pero si además es a través de las artes y, dentro de ellas, de su más excelsa compañera, la música, el camino no puede ser más prometedor.
La música es el ritmo, es la altura de los sonidos, es el silencio; pero también es palabra, es color y, en definitiva, expresión y comunicación en su más profunda esencia.
Todos estamos dotados de un increíble poder creativo y es nuestra decisión despertarlo, potenciarlo, alimentarlo o ignorarlo. Un acto creativo es en sí mismo una ruptura, un desafío y un brazo alzado ante los males de nuestra sociedad, la que nos ha tocado vivir, que siendo diferente a la de otros tiempos, es la misma en la vida de una historia: la historia universal del ser humano.
Estos padres y madres de alumnos del proyecto Barrios Orquestados, escritores ocasionales, son el reflejo de un pensamiento renovado, de una sociedad que desea ser actuante y no sujeto pasivo, que quiere sufrir lo que decide y no lo que le imponen, que quiere ser brillo de su propia luz y no reflejo de las sombras de otros, que quiere ser libre y, en el uso de su libertad, llorar con júbilo, reír con amargura, brincar sin desplazarse o descansar eufórica; y que nadie le quite el derecho a sentirlo así, que nadie les quite el derecho a soñar, que nadie les pisotee el espacio inviolable de la mente… porque solo la creatividad es cambio y en él somos ahora y siempre esperanza.
El cenicero I (Rosario García Molina)
Fui testigo sin quererlo, por una de esas raras decisiones del destino, de múltiples reuniones familiares y de negocios, fiestas y sermones del coronel a su primogénito. El joven Daniel se negaba a seguir las instrucciones de su padre con respecto a su vida. Siempre fue algo rebelde, pero esa rebeldía había crecido con él y las discusiones eran casi a diario.
La esposa del coronel sufría mucho por ello, pero en silencio apoyaba a su hijo al cien por cien. Era su ojito derecho. Daniel no quería seguir la carrera militar de su padre; su vida era el mar desde pequeño y quería recorrer mundo, ver todo lo que había leído en los libros y en su aventura no había hueco para instrucciones militares ni nada por el estilo.
Yo también apoyaba a Daniel en su sueño y desde mi estática posición observaba cada una de sus discusiones.
Llegué a esa casa en forma de regalo y me mantuve en el tiempo por la carga de compromiso que contraje. Ni siquiera al coronel le parecía bonito y eso que aprovechaba bastante mi utilidad, pero en eso yo no tenía la culpa. Todo se agravaba con la antipatía que se profesaban el coronel y el cónsul de Kenia, quién me había traído a modo de presente al que nadie era ajeno.
El cónsul me presentó como una gran pieza, muy valiosa, tallada en madera. Al momento, los presentes me miraron con gran admiración y me di cuenta de lo ridícula que puede ser la naturaleza humana. Efectivamente, fui tallado; pero me tomaron como trofeo caprichoso en una de las habituales visitas del cónsul a las chozas del pueblo para saborear a las jóvenes a las que se dejaba ya entrever las curvas de la adolescencia.
Ella me había tallado con mucho cariño y en mi imperfección se veía su inocencia, su esfuerzo. Yo fui su primera pieza y la última con su infancia intacta. A partir de mí, nunca talló otra igual, nunca después de aquella noche. Lejos de sentirme orgulloso, me asqueaba presentarme en forma de regalo de aquél que la había destruido así.
Así fue como pasaron los años y desde mi rincón fui observando el día a día de la casa, los nacimientos, las muertes, las alegrías y tristezas; y el día que murió el coronel, el día en que un ataque al corazón le arrancó la vida, en apenas unos minutos. Casi no le dio tiempo a pensar. Una gran pesadez y todo desapareció ante sus ojos. Rondaba los setenta y solo unos pocos sintieron su pérdida. Era un tirano.
Ese día supe que me quedaba poco en la casa. No sabía cuál sería mi próximo destino, pero ese era el fin de esa etapa. Quién sabe si me esperaba un cálido hogar o un frío rincón olvidado.
El cenicero II (José Luis Echevarría Navarro)
Haciendo un enorme esfuerzo por vencer esa terrible somnolencia, consiguió abrir una angosta fisura en sus párpados. Entonces lo vio, frágil, exiguo, desnudo. Lo comprendió todo. Aquel insignificante objeto que antes fue depositario de sus más ocultos secretos lo había contado todo. Todo.
Veinticinco años atrás, Benjamín decidió que esa abigarrada figura en barro aún sin acabar de modelar sería el regalo perfecto para su padre. Era tan pequeño que ni se dio cuenta de que este, al ayudarle a finalizar su pequeña obra de arte, había insertado una minúscula cápsula con información de incalculable valor. No podía saberlo, pero su progenitor era el más reconocido agente de inteligencia, y aquel objeto era su pasaporte para iniciar una nueva y convencional vida.
Su atormentada vida anterior había quedado atrás, enterrada en ese insignificante y deforme cenicero de barro. Y ahora, precisamente esa vida acababa de resurgir, golpeándole con toda su dureza. Esa vida… iba a acabar con su propia existencia.
Intentó parpadear sin lograrlo. No era el final con que todos soñamos, pero allí estaba. Su colofón llegó acompañado de ese pequeño e insignificante cenicero, roto en decenas de pedazos, violado en su intimidad y arrastrando en su caída el último aliento de su mentor.
El cenicero III (Flor de Sagarra Chao)
Ahora que lejano se quedó en mi recuerdo, vuelve a mí con fuerza el recuerdo de aquel olor que desde mi primer pestañear me acompañó. Durante los primeros años, aunque invisible, constataba la presencia en la casa de un ser extraño y perturbador. Pronto pude verlo, amarlo y temerlo. Y se fue transformando en el aroma del miedo al castigo con un fuerte matiz de ansia de juego.
En estos momentos en que externamente me enorgullezco de haberme desprendido de él, no puedo negar que pese al asco y el desprecio que siento ante su figura, su perfume me devuelve la tranquilidad de los largos viajes en coche, la incertidumbre y la alegría del descubrir un nuevo mundo.
El cenicero IV (Isabel Peña Cáceres)
Todos los años que llevo con Jorge y nunca me ha querido tirar desde aquel día en el que apagó su último cigarrillo y que me colocó en esta estantería.
Después de tanto tiempo, ahora me vuelve a coger. No sé qué va a hacer con el taladro. Siento unas cosquillas. Me limpia y ahora tengo un agujero en el fondo.
Jorge se acerca, me habla, me acaricia. Siento moverse algo…
Hasta que un día, un olor maravilloso me inunda. Quedaron atrás los humos y las toses. Huelo a tierra y una planta crece.
El cenicero V (Francisco del Rosario Acosta)
Allí estaba, sobre la mesa caoba de madera, en un rincón del salón, junto al viejo sillón de cuero, ya desgastado por el uso y los años, viendo pasar la vida de aquella familia, viendo pasar la vida del señor, como le llamaban. Claro que ese no sería su nombre, se decía a sí mismo.
Llegó allí, a la casona, una mañana de verano, cuando su hija, la mayor, que había regresado de uno de sus viajes, se lo regaló al señor. Y sí, era cierto, tal y como ella le contaba tan animadamente: lo compró en un pequeño mercado allá, en Méjico. «Ten», le dijo, «para que no andes dejando las cenizas de tus cigarrillos por el suelo».
Y desde entonces, día tras día, eran aplastados sobre su frío cuerpo de cerámica, donde ya apenas se podía leer con dificultad «Recuerdo de Méjico», las colillas de los pequeños asesinos, que lentamente estaban acabando con la vida del señor y que con tanta devoción él fumaba día tras día, uno tras otro.
El cenicero VI. Nostalgia de un cenicero (María Mercedes Sanz Dorta)
Hoy me ha dado un ataque de nostalgia, y solo porque he visto al compañero de la mesa tres caer al suelo y convertirse en un segundo en un montón de cristalitos de colores. Pobre. Lleno de chicles, unos envueltos educadamente en papel y otros estampados sin más miramientos.
Entonces he recordado Casablanca, es que soy muy peliculero. Me imagino que soy el tal Ricky diciéndole a la chica: «siempre nos quedará París»; pero claro, me falta el ambiente humoso de la peli, el que me daba el humo de los cigarros que se fumaban en el bar.
Pero todo ha cambiado y he tenido que adaptarme a ser una especie de mini papelera en el centro de la mesa, junto al servilletero y la carta con el menú.
«Cést la vie», decía alguien en otra película de la que no recuerdo el título; pero ya me imagino en este ambiente tan limpio siendo el súper héroe de turno. Esos tienen un aspecto bastante sanote. Tendré que trabajarme el papel y…
Bueno, casi mejor me dedico a preocuparme de que ese camarero torpe me tire a mí también de la mesa y desaparezca con un estallido de brillantes colores, como en la Guerra de las Galaxias…
Ya empiezo otra vez. Es que soy todo un cinéfilo… Mejor que haga el papel que me corresponde: mini papelera, mini papelera.
Epílogo (Victoriano Santana Sanjurjo)
Me sitúo al final, el lugar que me corresponde. Mis palabras solo deben ser atendidas ahora si tú, mi dilecto lector, has cruzado las seis estaciones que representan las historias de este folleto, tan breves como intensas, tan hermosas como edificantes.
Tras su lectura, uno no puede más que agradecer la existencia del encomiable y ejemplar proyecto de Barrios orquestados, una tan grandiosa como humilde, necesaria y efectiva iniciativa cultural, social y educativa que, de la mano de mi admiradísimo José Brito López, está llamada a enraizarse, a medio plazo, en la intrahistoria de Canarias; y a largo, en esa anhelada historia de Canarias que debe ser tomada como modelo de superación, integración y progreso ciudadano.
De la mano de Barrios orquestados y, más en concreto, del taller de «Creación de narrativa libre de los padres» adscrito a este proyecto, las seis sugestivas piezas que componen esta publicación surgen y, con su aparición, demuestran que, para el caso que nos ocupa, existe la necesidad de buscar espacios donde la palabra artística y cultural pueda adquirir forma y sustancia. El día a día de los vecindarios se construye sobre una suerte de voluntad por la supervivencia, que requiere de una inversión de tiempo y energías elevados; un gasto que, de manera inevitable, aleja al espíritu creador del necesario sosiego para que pueda moldear la inventiva de su visión sobre la experiencia de vivir.
Y por eso mismo, porque los autores de estas historias han hecho un sobreesfuerzo por buscar la manera de que fluyese la creatividad y, con ella, de que germinase más luz sobre nuestro humano huerto, los relatos de esta publicación ya merecen nuestros más encendidos elogios. Pero no podemos quedarnos en esta sola razón, es injusto, ya que se podría caer en la impresión de que la valía de estos escritos radica simplemente en que se hicieron. Si fuese así, no se tendría en cuenta la calidad que atesoran, que no es poca, ni escasa, ni superflua… Al contrario: las narraciones de este librito son extraordinarias. Podrás ver en ellas mucha imaginación, pues no es poca la que hace falta para que un objeto cotidiano, un cenicero, se convierta en algo poético; y mucha conciencia social, ya que después de leer cada historia es imposible no ver un trasfondo que ayude a la reflexión o al planteamiento de cuestiones sobre las que no podemos permanecer impasibles.
Felicito desde este humilde espacio que me honra ocupar a los autores y, por extensión, a mi querido José Brito; a quien, además, agradezco el privilegio de formar parte de estas historias, aunque solo sea como brizna.
Este agradecimiento quedaría incompleto si no incluyo, como entenderás que no puede ser de otro modo, al gran Víctor Muñoz, uno de los mejores fotógrafos que he tenido la fortuna de conocer y una parte esencial de este pequeño volumen gracias a las perlas visuales que comparten el espacio de estas páginas junto a los textos.
Y a ti, mi dilectísimo lector, te invito a que leas y releas estas seis entretenidas narraciones; y de paso, como el que no quiere la cosa, que curiosees en internet sobre la razón de ser de Barrios orquestados, un proyecto tan hermoso como modélico, tan aleccionador como inspirador.
El cenicero es un folleto publicado por sadalone.org. Fotografías de Víctor Muñoz. Depósito Legal: GC 604-2013. En la publicación ha colaborado: