En los siglos XVI y XVII la creencia en la existencia de brujas que volaban por el aire en escobas llegó a ser muy popular. Con el tiempo se supo que el pacto con el diablo, el vuelo en escobas y el aquelarre fue invención de los pirómanos sádicos quemadores de brujas más que de las brujas quemadas.
La dificultad de las confesiones estribaba en que se obtenían habitualmente mediante tortura. Ésta se aplicaba rutinariamente hasta que la bruja confesaba haber hecho un pacto con el diablo y volado hasta un aquelarre. Si una bruja intentaba retractarse de una confesión, se le torturaba con mayor intensidad, hasta que confirmaba la confesión original. Esto dejaba a una persona acusada de brujería ante la elección de morir de una vez por todas en la hoguera o volver repetidas veces a la cámara de tortura.
Los examinadores nunca quedaban satisfechos hasta que las brujas confesas daban nombres de nuevos sospechosos, que posteriormente eran acusados y torturados de una manera rutinaria. Toda esta paranoia de la iglesia surgió ante el nacimiento de organizaciones eclesiásticas ilícitas que crecían en toda Europa y amenazaban con romper el monopolio que Roma detentaba sobre los diezmos y los sacramentos.
El resultado principal del sistema de caza de brujas consistió en que los pobres llegaron a creer que eran víctimas de brujas y diablos en vez de príncipes y papas. Eran tiempos de cambios…
En Canarias en pleno siglo XXI hay una peculiar caza de brujas, pero en esta ocasión contra los hacedores de la cultura. Cada semana nos llega una nueva noticia de cómo los políticos van aumentando las condiciones desfavorables de los Conservatorios y Escuelas de Música de todo el archipiélago…
Estos personajes de tragicomedia aprovechan la coyuntura de la tan renombrada crisis para hacer con alevosía y nocturnidad lo que siempre desearon pero no se atrevían a hacer tan abiertamente, a falta de una buena coartada que todos creyesen. Y efectivamente les funciona, porque el pueblo no es ignorante sino que es ignorantado a propósito, como diría el escritor grancanario Víctor Ramírez; estos indeseables nos dejaron el muerto y encima quieren irse de rositas lavándose las manos, despidiendo de
los trabajos a las víctimas de sus propios delitos.
La crisis puede ser motivo de alarma, una crisis que desde luego no la han provocado la mayoría sino una minoría de desalmados que han derrochado el dinero público con absoluta impunidad, pero lo que no se puede es utilizarla demagógicamente como hacen los políticos, para confundir y ahogar al pueblo en la deformación.
Es cierto que España está llena de absurdos, pero en eso Canarias somos un especial ejemplo de relato kafkiano cuando hablamos particularmente de la cultura, y si no, a los datos públicos me remito, cifras que salen de manera periódica y fragmentada en la prensa, y que en la mayoría de las ocasiones pasamos por alto o no las conectamos entre ellas.
Es increíble que en Gran Canaria se pueda gastar 600.000 € en una producción de ópera para atender a un máximo de 2.170 personas y que solo se puedan invertir 250.000 € para un festival como el Womad con una afluencia de público aproximada de 150.000 personas (no hace falta ser matemático ni economista para deducir que se invierte bastante más del doble, para atender a un público 70 veces inferior). ¡Y aquí
no pasa nada! Pero todavía me resulta más grave la situación de esta isla tan nutrida de alquimistas que crean pirámides sin base e islas San Borondón, grandes festivales y conciertos de cifras astronómicas, pero se olvidan de educar al pueblo para que su umbral de comprensión esté a la altura de lo que les obligan a consumir. Me refiero a la enseñanza musical y más concreto a la que se ofrece en las Escuelas de Música que además de cubrir su función formativa a nivel artístico, tienen un componente social de
altísimo valor. Si los datos anteriores eran reveladores de la incongruencia y perversión con la que se gestiona la cultura en Canarias, el dato de la inversión en las Escuelas de Música es abrumador. No se olvide de los datos anteriores y ahora contrástelos con los escasos 150.000 € con los que el Cabildo de Gran Canaria subvenciona al total de Escuelas de Música y Danza de la isla para todo un curso escolar, 17 escuelas que atienden a más de 8.000 alumnos, lo que suponen la mitad del total de alumnos del archipiélago. Escuelas con una cantidad aproximada de 200 docentes que están en la cuerda floja constantemente. No crea que es lo normal o lo correcto, en el ejercicio anterior el Cabildo Insular de Tenerife subvencionaba a su Red de Escuelas de Música y Danza con una cantidad casi diez veces mayor que lo que aportaba el de Gran Canaria, para menos Escuelas y muchos menos alumnos. Para más inri el Gobierno ha suspendido las ayudas a las escuelas y por consiguiente dejan todo el peso financiero en manos de las corporaciones locales.
Cada día algunos concejales y alcaldes de tres al cuarto van buscando brujas a quienes quemar, estas brujas son ahora los maestros de estas escuelas y evidentemente se inventan cualquier aquelarre para mandarlos a la hoguera del desempleo, sin escatimar en gastos éticos. Lo que menos les importa es la educación del pueblo, lo que más, su estatus político.
No quisiera ponerme fatalista, pero estamos en un momento de la historia muy delicado que puede ser un vivero para fascistas y mediocres fundamentalistas. Como decía Freud: todo lo que trabaja a favor de la cultura, trabaja también en contra de la guerra. Lo último que hace falta en periodo de cambios es anular la creatividad, ¡si algo no funciona hay que reinventarlo!. En estos momentos tenemos que potenciar precisamente eso, la creatividad, y que mejor lugar que las Escuelas de Música, Danza y Teatro.
Parece que los políticos de turno no están a la altura y juegan con el beneplácito del tiempo por el que han sido elegidos, creyéndose con el derecho de hacer lo que les venga en gana. Hacer política es trabajar con el pueblo y para el pueblo. ¡Ya está bien de callarnos! Al final tendremos que darle la razón al premio Nobel José Saramago cuando decía que Canarias seguía todavía anclada en un sistema antiguo con dos inventos fundamentales, el cacique y el cliente.
El cacique se ve en la cultura de una manera aplastante, y a los datos anteriores me remito para ver la desigualdad y el desparpajo con que actúan nuestros políticos a espaldas del pueblo. Si hoy sufrimos una crisis arrolladora es por acciones de gente prepotente, lobbies culturales y políticos que gestionan el dinero público para sus caprichos personales, sin importarles la formación real humanística y sensible de
los ciudadanos.
El cliente es igualmente palpable en las argucias políticas. Vivimos una cultura de escaparate, todo es para aparentar que somos lo que en realidad no somos. Recientemente podíamos leer en la prensa, y esto es sintomático, que las esculturas de Chirino que habían sido colocadas en sitios estratégicos de la ciudad para reforzar la candidatura a Capital Cultural 2016 se mudaban, …y es que el circo ya se ha acabado.
No se cuantos profesores más caerán en esta quema, ni cuántas organizaciones eclesiásticas ilícitas –escuelas o conservatorios- serán pasto de las llamas en nombre de la crisis, pero lo que si está claro es que solo podemos hacer una cosa, luchar para que esto no suceda.
Algunos pensarán que no es inteligente decir todo esto, que no es conveniente significarse. Lo que no es correcto ni ético es tener solo una vida y desaprovecharla con la humillación del silencio. Los que callan, terminan siendo cómplices de las acciones de estos delincuentes.
La teoría científica de los campos morfogenéticos desarrollada por Rupert Sheldrake, afirma que cuanto mayor es el número de personas que realizan una determinada función, como por ejemplo tocar un instrumento o buceo, más insospechadamente fácil resulta realizar estas actividades para los que seguidamente la inician. Ojalá que aumente exponencialmente el número de personas que aprendan cualquier arte, que los más de 8000 alumnos de Escuelas de Música y Danza de Gran Canaria se conviertan en 256.000, pero también el número de personas que denuncien y griten: ¡basta ya!
José Brito