Crece la hierba en el cemento
y el tiempo se hace roca,
estática y solemne,
perenne…
Queda de azul
la tierra sembrada;
de azul, la tarde
y la mañana.
Larga es la lista
e insuficiente el número
para el recuento
de tus milagros.
Y las palabras,
que tanto dicen
para descubrirte,
callan…
Callan tus soles;
callan tus mares;
callan la belleza
de tu nombre.
Y los paramores
conciliados
a la presencia
de tu nombre;
y los desiertos
hidratados
a la presencia
de tu nombre;
y las diatribas
moderadas
a la presencia
de tu nombre.
Sí, a la presencia
de tu nombre,
éxtasis inefable,
las palabras
callan…
De tus ecos
y del viento
partió su brisa
enamorada
para conocer
en tu sonrisa
los secretos
de tu alma.
A mi hija Laura por su veintiún cumpleaños, 5 de abril de 2014