Las cuentas del alma

Establecemos lazos emocionales como quienes crean deudas de por vida y procuramos por lo tanto que como tales, generen los menores intereses posibles. En ese intento de pagar menos a largo y medio plazo, vamos poniendo cortapisas a vivir libremente, porque eso supondría quizás acabarlos antes de lo previsto o de manera abrupta, lo cual puede llevar al banquero a aumentar los intereses o imponer una multa astronómica que no podemos ni deseamos pagar por nada del mundo.

Ese banquero es el Demiurgo, ese ser que no está y lo es todo a la vez, es un ser engendrado por nuestra mente que está dispuesto a aparecer cuando menos te lo esperas, unas veces con el nombre de conciencia y otras con el de silencio abrumador. Pero lo cierto es que siempre está, omnipresente en nuestros miedos, en nuestras dudas, en nuestro todo. En realidad es la suma de todas nuestras experiencias, es la madre de las experiencias que suma para restar, pues nos paraliza en incontables ocasiones.

Hoy te entrego mi corazón, pero ¿qué harás tú con él, sabrás bombearlo detenidamente sin brusquedad pero sin pausa, de forma dulce pero con entrega? Y es entonces cuando nos entra el pánico a la frustración, a la herida y al llanto, al sufrimiento… porque tanto mayor es el sufrimiento cuanto mayor es el amor que lo alimenta,… así que concluimos pensando que mejor será que no crezca de manera desmesurada, sin control, o simplemente que no crezca y nos ponemos una coraza para no amar, que supondrá no sufrir, marcando límites para no ser más de lo debemos ser en base a nuestro entendimiento condicionado, fronteras para no ser pero sin dejar de existir, como si vivir sin ser no fuese morir para siempre.

Las cuentas del alma no se acaban nunca de pagar, decía la canción del cantante y compositor panameño Rubén Blades, y parece cierto pues nos acompañan en cada encuentro con los demás, pero especialmente cuando ese encuentro quiere ser algo más que un intercambio de fluidos y verbo. La simbiosis no está hecha para quienes piensan en si mismos sin antes pensar en el tu mismo, así que nos planteamos cuanto dejaré y cuanto recibiré, es la ley del capitalismo, la oferta y la demanda,… los clichés de una vida orientada al intercambio con condiciones, donde el altruismo consiste en esperar algo a cambio. Nuestra lucha es constante, nos abandonamos a la razón y claudicamos en nuestra búsqueda de una felicidad razonable, donde lo que digamos, pensemos y hagamos se encuentre en armonía y coherencia con nosotros mismos, como diría Gandhi. No, eso es para los locos, pues sabemos que tarde o temprano, nos pasará factura, con comisiones de días de campo y vino, comisiones por besos clandestinos, comisiones por jardines secretos en lugares prohibidos, comisiones y más comisiones. No más deudas pensamos, no más pesares, no más latidos a contratiempo, simetría y cordura por favor y de postre un poco de coherencia,… no, déjeme un licor de algo conocido que no me queme, un licor de agua quizá… en fin, el principio básico de un final seguro, haz lo que siempre se hace para llegar a ese fin conocido y no cojas atajos ni nuevas rutas que no sepas exactamente a donde te llevan. ¿Pero cual es el fin conocido?, ¿es el fin deseado o solo el académicamente aprobado?, ¿es el sueño de nosotros o el de otros?… ¿cuánto tiempo más conseguiremos engañarnos sin darnos cuenta de que somos nosotros los fabricantes de ese camino, creando responsables a diestro y siniestro para eludir la responsabilidad sobre nuestro propio trayecto?. La respuesta a esta pregunta puede ser toda la vida, pues nuestra mente es capaz de crear vidas alternativas a las vidas reales y vivir en ellas como si fuésemos a tener vidas extras en un futuro existir, en otras vidas que en realidad no aparecerán.

Entonces llega la muerte y lo aclara, lo coloca todo en su lugar, pone sus cartas sobre la mesa y las vidas no vividas salen como fantasmas en cuerpos encarcelados, adiós a los sueños, adiós, adiós a la vida, adiós… y no será un hasta pronto, sino un hasta mañana, que es la nada del silencio o el silencio de la nada, ¡felices sueños, descansa en paz!