Un nuevo año

Un nuevo milenio comenzó aquel año, una nueva era, un nuevo siglo, un nuevo día. Llevaba unos pocos minutos desvelado cuando miré el reloj y marcaba las cinco y cincuenta y nueve. Las velas se fueron y revelaron un inquietante despertar para no dormir jamás y soñar toda una vida.

Mis lecturas, fieles compañeras de viaje y de insomnio, estaban ahí para darme los buenos días. Mis gafas ampliaron la visión y con ayuda de una lupa que hacía de tercer ojo, me dispuse a saludar a Coelho. Un buen rato me adentré en el Aleph.

Cambié la toalla que pedía a gritos un relevo y me di una ducha. Su agua limpiaba las asperezas del alma además de otras mugres cotidianas. Un zumo de naranja me dio energías renovadas y me dispuse a estudiar la viola, el instrumento que a Mozart le gustaba tocar en los cuartetos pues desde ella apreciaba mejor el discurso sonoro.

Un lugar para soñar, pensé, eso es lo que será esta etapa. La tarde anterior había visto la película protagonizada por Matt Damon que llevaba el mismo título y no podía dejar de pensar que efectivamente los días se reinventan en nuestra mente cuando es el corazón quien la activa.

Salí y entré por la calle Doramas hasta llegar nuevamente a la plaza, donde aún quedan resquicios de paraíso, los ojos de los niños, los vuelos de las palomas y la algarabía de la gente. Y allí comenzó el paso que hizo montaña, donde el camino extendió su abrigo para hacer aventura, una aventura que era fruto del encuentro con el que será y que no hubiese sido de haber querido que fuese algo que ya fue. La sorpresa era su mejor aliada y con ella el asombro.

-¿Qué desea tomar? – preguntó la camarera.

-¡Sorpréndame!. Le contesté

Ella no entendía nada, pero supo seguir el juego y con una sonrisa amable cogió la carta de la mesa y la retiró.

-Esta ha sido su elección…. Me dijo con la carta en la mano. Y se fue.

A los pocos minutos, apareció con un delicioso Brownie de chocolate caliente y una bola de helado de vainilla con caramelo por encima.

La elección no podía haber sido mejor, pensé.  Que bien esto de dejarse sorprender. Chocolate y vainilla, lo oscuro y lo claro a la vez, caliente y frío, sólido y fluido, una fusión que proyecta el más singular de los equilibrios, los antagonismos versados para transformarse en una unidad perfecta, el punto equidistante tan ansiado, ni muy cerca ni muy lejos. Y lo disfruté en cada una de las cucharadas. Pocas veces un postre fue algo tan profundo.

Acabé aquella delicia con detenimiento, sin prisas. Me deslicé con mi mochila a cuestas a través de la planicie mitad suelo mitad viento que es la plaza, las palomas custodiando mis pasos y los niños cantando la sinfonía de la risa. Frías calle abajo, alcancé el barranco Guiniguada donde una chica que ha hecho de la calle su casa y del semáforo su empresa, intenta parar mis pasos para decirme algo que intuyo saber pero que a primera instancia no quiero escuchar. Y es que son pocas las ocasiones en las que nos percatamos de que el éxito de una hora se encuentra en cada uno de sus segundos, es entonces cuando aprendemos que pararse no es una pérdida sino una inversión.

-Mira mi niño, no te voy a desear gloria, porque la gloria ya está ahí donde vayas. Tampoco dinero ni riquezas materiales que solo te hacen más chico donde crecen. Ni siquiera voy a pedir para ti el amor de mil mujeres porque ya lo tienes, y si no de mil, al menos el de ocho que en tu larga vida te habrán hecho sentir las emociones más maravillosas y las más encontradas. Solo deseo que la salud te acompañe el mayor tiempo posible y sobre todo, que tengas los ojos sensibles y el corazón abierto para que goces de la intuición necesaria que te permitirá ver y disfrutar de toda la gloria y el amor que te rodean constantemente. Ese es mi deseo para ti en este año.

-Qué bonito!. Le contesté

-No me dirá que no me he ganado con creces una humilde ayudita, ¿verdad?

-¡Desde luego! Pero no creo que exista dinero suficiente que pueda pagar la profundidad de sus palabras, muchas gracias. Seguidamente le propiné el dinero suelto que huérfano se encontraba en el bolsillo de mi pantalón.

Sumergido en lo que acababa de escuchar, me deleitaba en cada una de las frases y las digería lentamente según deambulaba por las calles de Vegueta. No podía dejar de pensar en las ocho mujeres y en un alarde de memoria comencé a rescatar a todas y a cada una de ellas. Todas me habían amado y a todas, en mayor o menor medida, las había amado. Con todas compartí poemas, música y besos. Con todas hubo una emoción especial que me enseñó y en cierta manera me iluminó para el trayecto más largo de la vida. Así pude ir reconociendo a la traición, la dulzura, la inocencia, la amistad, el despecho, el encantamiento, la pasión y la ternura. Cada una tenía su nombre, cada nombre su escultura. Todas eran cada una, pero cada una era única e irrepetible.

Asumiendo las emociones reencontradas y sus maestras prodigiosas, dibujé en el aire un pensamiento que era la suma de todas ellas. Y no me hizo falta más pinceles que mis ojos, ni más colores que en el recuerdo no hallara. Alzó la paloma el vuelo de la cornisa a la mirada, elevó sus alas al infinito del cielo sin tristeza, sin amarras. Al azul zarpó para ser aire, brisa fresca de la mañana.

José Brito/2012