BREVE DISERTACIÓN SOBRE LAS ESCUELAS DE MÚSICA EN CANARIAS

DE LA CONSERVACIÓN A LA DIVULGACIÓN MÚSICA

Desde que en 1795, cuatro años después de la muerte de Mozart, se fundara el primer Conservatorio de Música en París bajo la dirección de compositores como Cherubini o Gossec, hasta hoy, se han producido numerosos cambios en el terreno de la educación musical que han atendido a las demandas provocadas por las transformaciones sociales, políticas y culturales. A partir de ese momento, la denominación de la institución destinada a velar por el aprendizaje de la tradición musical ha sufrido paulatinamente diversas modificaciones: ‘Conservatorio de Música y Declamación’ o ‘Conservatorio de Música y Arte Dramático’, entre otras, en un intento de ampliar el ámbito de enseñanza al teatro, la danza, la dramaturgia, etc. Aunque difícilmente se pueden separar música, poesía y teatro, lo cierto es que el predominio de la enseñanza musical en estas instituciones ha sido hegemónico, lo que ha perjudicado a otras artes.

No es hasta el siglo XX, con el florecimiento de las grandes pedagogías musicales y el marcado sentido universal que se brinda a la música como elemento fundamental en el desarrollo integral de todos los individuos, cuando se extiende la educación musical, llegando a implantarse en los currículos de enseñanza general de países como Alemania y Hungría, y así hasta llegar a extenderse de manera global. Esto fue posible gracias a la acción de grandes compositores y metodólogos musicales como Carl Orff o Zoltan Kodaly, quienes consiguieron hacer accesible la enseñanza musical a todos los niños de sus respectivos países. Esta circunstancia no se daba en el pasado, donde la enseñanza musical quedaba relegada a las clases acomodadas o a los alumnos que accedían a las instituciones académicas religiosas en busca de cobijo, comida y educación.

DE LA DIVULGACIÓN A LA SOCIALIZACIÓN DE LA MÚSICA

A finales del siglo XX se produce un giro sustancial en el enfoque de la enseñanza musical, pasando a valorarse como una herramienta para el desarrollo social en su vertiente más socio-emocional y como mecanismo para la cohesión, generadora de un fuerte tejido social. Es dentro de este cambio de paradigma en el que surge el concepto de la Escuela de Música.

Desde que en los años noventa, producto de un cambio legislativo en Educación, se implantaran las primeras escuelas de música en Canarias, muchos son los ayuntamientos canarios que se han sumado a la iniciativa. Actualmente, existen en nuestro archipiélago 34 centros oficiales con diferentes denominaciones: 23 Escuelas Municipales de Música; 8 Escuelas de Música y Danza; y 3 Escuelas Insulares de Música.

Muchos de estos centros homologados por la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias tenían como predecesores, por un lado, a las ‘filiales’ de los Conservatorios de cada provincia y, por otro, a las bandas de viento y percusión municipales, muchas de ellas con una tradición centenaria.

Aunque con diferentes justificaciones sociales y culturales, ambas tenían el denominador común de una educación que establecía sus bases en la tradición de la música centroeuropea, con escasas licencias hacia otros estilos y géneros que no fuesen los propios de esta tradición. Si bien es cierto que, en la actividad de las bandas municipales, el abanico se abría en mayor medida con las demandas propias de las fiestas y las costumbres del lugar donde se desarrollaban.

PROFESIONAL VERSUS AMATEUR

La L.O.E. establece dos caminos para la formación musical dentro de las enseñanzas artísticas de las Escuelas de Música y Danza: por un lado, «una vía que comprende diversos grados, con un nivel de exigencia elevado en función de su finalidad de facultar al alumno o alumna para la práctica profesional y, por tanto, exige una fuerte dedicación, difícilmente compatible con otras enseñanzas profesionalizadoras»; y, por el otro, una vía «para aquellas personas que deseen conseguir un nivel de conocimientos adecuados para practicar la danza o la música sin perspectivas profesionales». Este doble trayecto, que ya se daba anteriormente, queda normalizado y reglado con la implantación de las Escuelas de Música y Danza. La diferencia sustancial entre lo anterior y lo venidero estriba en el enfoque pedagógico intencionado hacia aquellos alumnos que querían acceder a la formación musical sin miras profesionales, pues llegaban, en muchos casos, al amateurismo como consecuencia de un proceso frustrante al no poder responder a las expectativas de un sistema pedagógico que no lo contemplaba sino de manera accidental.

Las Escuelas de Música y Danza surgen para ofrecer a todos los ciudadanos una formación artística a partir del principio de que todos los individuos gozamos de aptitudes musicales que son innatas y que además se manifiestan en todas las culturas. Así mismo, el interés de hacer accesible la música a todos parte del conocimiento del enorme beneficio que provoca la música en cada ser humano, incidiendo positivamente en su desarrollo integral como individuo y como ser social, pues favorece: la autoestima, la integración en un grupo social, el desarrollo cognitivo, las habilidades socio-afectivas, la sensibilidad, la empatía, el diálogo, la escucha, la psicomotricidad y la coordinación, el pensamiento abstracto y un largo etcétera que justifican sobradamente la obligación de las instituciones públicas y privadas por promoverla por el bien de una sociedad más justa, equilibrada, sensible y saludable.

DE JOHN DOWLAND A SILVIO RODRÍGUEZ

Dentro de las muchas características que deben tener las Escuelas de Música y Danza, está la de ofrecer unos contenidos cuantiosos y flexibles que permitan el conocimiento y el disfrute de todos los ciudadanos en la música y la danza. Y todo ello sin perder de vista en ningún momento la búsqueda de la excelencia en la enseñanza.

Conocer y reconocer son dos acciones que permanentemente deberían ir de la mano en el proceso de aprendizaje. Debemos enseñar todo lo que nos rodea y sea apreciable como elementos culturales, pero siempre desde un espíritu crítico que nos permita ejercer juicios de valor estéticos, éticos y hasta históricos. Desde el conocimiento crítico, el alumnado multiplica sus posibilidades, independientemente del enfoque profesional o aficionado del que parta.

Un informe presentado en 2010 por el Gobierno de Canarias y apoyado en los datos de la Fundación SGAE, desde su delegación en Canarias, concluía que el 85% de los canarios no tiene interés por la música clásica. Aunque es cierto que la música de la tradición centroeuropea, denominada comúnmente como “clásica”, no es lo único valioso y digno de ser enseñado, también hay que dejar claro que la desafección hacia ella nos idiotiza tanto como si la elevásemos al estado de deidad.

En este sentido, debemos mostrar la misma atención a una canción de John Dowland que a otra de Silvio Rodríguez, sin olvidar que la música no sabe de fronteras y que, por ello, calidades existen en todos los estilos, géneros y épocas. Diversificar sin una calidad exigente y sin el debido respeto nos podría llevar, por qué no, a una desculturación igualmente nociva, o más, que concentrarnos en un solo lado de un icoságono, pues tendríamos una visión sesgada y por lo tanto paupérrima.

SITUACIÓN ACTUAL Y CODA

La variedad de modelos en la organización, gestión y planteamientos pedagógicos en las Escuelas de Música en Canarias hace complicado emitir una conclusión que aborde la situación actual sin que resulte poliédrica.

Demostrada la necesidad y utilidad de las Escuelas de Música y Danza, solo queda preguntarse cómo es que la financiación de las mismas siga sin ser un asunto de todas las instituciones: Gobierno, Cabildos y Ayuntamientos. Por el contrario, después de muchos años desde su implantación, la responsabilidad económica sigue recayendo de manera casi exclusiva en las corporaciones municipales y las cuotas que se cargan a los ciudadanos. Esta cuestión complica mucho la consolidación de las mismas, además de su crecimiento y la democratización de la cultura a través de la educación artística, pues los gestores deben subir las matrículas para su mantenimiento, imposibilitando así el acceso a todos los ciudadanos que lo deseen.

El crecimiento de las escuelas de música debe ser, por lo tanto, un asunto de enorme interés para cualquier político y ciudadano, pues en la medida en que más individuos potencien su sensibilidad, toquen, canten y bailen conjuntamente, lograremos una sociedad más cohesionada, crítica, libre, realizada, satisfecha y pro-activa, transformando nuestro futuro desde el sonido, el movimiento y el silencio.

José Brito