DE NIÑO, FUI A LA LUNA
Una reina tejedora acecha,
con taimada paciencia,
a su próxima víctima mientras
una horda de bichejos,
en hipnótica conciencia,
se dirige hacia el rielar
de una luz de neón.
De niño, entre niños,
la ciudad era un papel mojado
con olor a tierra y tarde sin horas.
La luna, pequeña como una mosca,
quedaba cerca, muy cerquita,
entre la oreja y mi boca.
Y en mi barrio fui creciendo,
asumiendo la grandeza de lo pequeño
en una rutina generosa,
compartiendo nuestra luna
con el universo.
Las calles de mi barrio eran
eternas como profunda su gente.
La plaza central era nuestro particular
Central Park, con bazares de infinitos placeres
a su alrededor y charcas, regalos del cielo,
como mares de color
cemento y canela.
Y un violín susurra las primeras mariposas
que revolotean las flores mañaneras
en los jardines de una infancia
de cosas incomprensibles
y maravillosas.
2 de septiembre de 2018