Un nuevo año

Un nuevo milenio comenzó aquel año, una nueva era, un nuevo siglo, un nuevo día. Llevaba unos pocos minutos desvelado cuando miré el reloj y marcaba las cinco y cincuenta y nueve. Las velas se fueron y revelaron un inquietante despertar para no dormir jamás y soñar toda una vida.

Mis lecturas, fieles compañeras de viaje y de insomnio, estaban ahí para darme los buenos días. Mis gafas ampliaron la visión y con ayuda de una lupa que hacía de tercer ojo, me dispuse a saludar a Coelho. Un buen rato me adentré en el Aleph.

Cambié la toalla que pedía a gritos un relevo y me di una ducha. Su agua limpiaba las asperezas del alma además de otras mugres cotidianas. Un zumo de naranja me dio energías renovadas y me dispuse a estudiar la viola, el instrumento que a Mozart le gustaba tocar en los cuartetos pues desde ella apreciaba mejor el discurso sonoro.

Un lugar para soñar, pensé, eso es lo que será esta etapa. La tarde anterior había visto la película protagonizada por Matt Damon que llevaba el mismo título y no podía dejar de pensar que efectivamente los días se reinventan en nuestra mente cuando es el corazón quien la activa.

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